martes, 19 de marzo de 2013

Alegre esperanza moderada ante Francisco

La elección de Francisco como Papa despierta la esperanza en muchos sectores. En otros continua la discusión sobre su desempeño en sus años de Provincial de los jesuitas en Argentina.

De cualquier modo, si es cierto que por sus obras se conoce a las personas, en estos días hemos visto a un Papa Francisco que recupera, sin haberse formado en esta espiritualidad lo mejor de la tradición franciscana: la simplicidad en el trato, la cercanía pastoral, la claridad en los planteamientos, la austeridad, y el trato cercano con la gente. Todas estas características en lenguaje franciscano, se reducen a dos ideas: la fraternidad y la minoridad.

El riesgo es que el Papa sea limitado por las instancias vaticanas, tan dadas a la formalidad, a la predicación leída y elaborada en un escritorio sin sensibilidad pastoral. Una Curia que aprecia la distancia, el boato, la palabra vacía y desconoce las preocupaciones de los creyentes sencillos, de a pie. Por otra parte está la Guardia Vaticana, que para cuidar al Papa considera que debe imponer la distancia entre los creyentes y el Papa.

Pero la tarea más complicada, es la reforma de la Curia. El Papa Francisco, no fue un curial Vaticano, pero no desconoce el modo de hacer política dentro de la Iglesia, ni las intrigas palaciegas. También ha escuchado las exigencias de los cardenales de reconstruir al Iglesia, particularmente de aquellos que no están en Roma, sino en sus diócesis y no se han caracterizado por el encubrimiento. Por supuesto, a los otros también los conoce.
Hoy tendrá que sacar lo más fuerte de su formación política en la orden jesuita, para la reforma de la iglesia. Es importante ver su mano derecha adherida a la sensibilidad franciscana, pero es necesario empezar a ubicar en los próximos días, la forma como usa su mano izquierda de sensibilidad jesuita.

La reforma de la Iglesia, requiere de ambas manos. Pero a pesar de esta observación, hoy me siento esperanzado en la acción de Francisco. El gesto de saludar a los fieles de mano, con beso incluido, a la salida de la parroquia, me recordó el enorme valor de la fraternidad y la cercanía pastoral. Y me ha vuelto al esperanza en una iglesia realmente situada en el valor de los orígenes, antes de romanizarse.

Se trata de una esperanza moderada.

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